
La selvicultura es una disciplina que presenta el doble carácter de ciencia y técnica. La selvicultura se ocupa tanto de la aplicación práctica de técnicas de gestión y aprovechamiento racional de los montes como del estudio, elaboración, análisis y perfeccionamiento de tales técnicas. La selvicultura supone, por tanto, estudio y manipulación del bosque. Y ello porque los sistemas que ha de manejar –los bosques- son tan variados, longevos y frágiles y tan complejos en su funcionamiento que las técnicas de gestión no pueden ser reducidas a un mero manual de procedimientos. La adaptación de las técnicas a las condiciones reales, en cada caso, es uno de las tareas básicas del selvicultor.
Diferenciamos dos tipos de selvicultura:
SELVICULTURA INTENSIVA:
La calidad de la estación como las especies son de alta productividad; no hay riesgos de degradación edáfica irreversible y se suele recurrir a la regeneración artificial; se plantea incrementar los consumos de trabajo o energía, para incrementar convenientemente la producción; la producción preferente es de bienes; existe demanda social e industrial respecto de la producción preferente; el balance económico final debe tender a ser máximo, con mejoras técnicas constantes; ...
Es decir, aquella selvicultura que tiene como objetivo obtener el máximo beneficio económico en periodos cortos de tiempo.
SELVICULTURA EXTENSIVA:
La calidad de la estación es poco productiva, o lo son las especies que se están tratando; puede haber riesgos de degradación del suelo con tratamientos intensos, o hay dificultades de regeneración; técnica y económicamente tienden a reducirse los consumos; se tiende a utilizar el propio aprovechamiento de productos directos como herramienta de mejora de la masa; en los aspectos sociales e industriales existe conformidad con un relativamente bajo nivel de producción; se tiende a aplicar la regeneración natural en monte alto.
En resumidas cuentas, es el tipo de selvicultura cuyo objetivo es mucho más amplio, no solo busca el rendimiento económico